Salamanca, una parcela de otro tiempo

Radicados desde hace 11 años en Quintana Roo, la comunidad menonita se dedica a los cultivos y producción de leche.

Entrar a Salamanca es ingresar a otro tiempo. Un tiempo en el que los niños juegan en los columpios, las carretas surcan las polvorientas calles y los pobladores viven una vida sin telenovelas ni celulares. Se trata de la mayor comunidad menonita en el Estado de Quintana Roo, a 20 minutos del municipio de Bacalar, en el Sur del estado. Unos llegaron desde Europa; otros, desde Belice, pero todos echaron raíces en Quintana Roo a fuerza de trabajo y más trabajo.

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Franz muestra un reloj que puede usar, pero no puede llevarlo puesto.

Un camino serpenteante de terracería conduce al poblado en el que de pronto se alcanzan a ver las casas de madera; ropa en el tendedero, vacas, hectáreas de milpa y caballos tirando carruajes. Sean niños o adultos, todos llevan como un uniforme de sombrero y overol. No hay habitantes de tez oscura como no hay basura en las calles, ni tiendas, ni ruidos ni venta de alcohol ni policías.

Once años en Bacalar

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Cada casa tiene animales de patio, hortalizas, alguna vaca que mantiene la economía familiar y el sol marca cuándo comienza y termina la jornada laboral. Desde lejos se ve el galerón donde trabajan con las manos engrasadas tres jóvenes que dirán minutos después que se llaman Pedro, Enrique y Franz. Atentos, siempre serios y distantes, pero cordiales, hacen un alto para entregarse la plática con Dos Puntos. Franz es el que mejor habla español, además del holandés y el alemán. Parece que está de buen humor y regresa de lavarse las manos. Recuerda que la comunidad se asentó hace 11 años en este ejido de Bacalar, pueblo Mágico de Quintana Roo y lecho de una de las lagunas más hermosas del planeta.

A través de un banco de Belice se realizó la transacción para que 1800 personas hoy en día se dediquen a la producción de quesos y el cultivo de maíz, sorgo, frijol, calabaza y soya.

Una vida sin TV ni tecnología

Esta comunidad no se apega a la ortodoxa rama que cierra cualquier paso a la tecnología; aunque la usan sólo para fines específicos. Cada familia puede decidir poner una planta de luz; solicitar una pieza por teléfono (siempre y cuando el aparato sea de una persona ajena a su localidad) y las compras las realizan en los mercados de Bacalar y Chetumal. Eso sí: como norma de vida están prohibidas la televisión y la música que no sea la que permite su religión. Según la historia, los menonitas pertenecen a la rama cristiana conocidas como anabaptistas que surgió en el siglo XVI en el centro de Europa. Uno de sus particularidades, a diferencia de otras ramas cristianas, es que creen en el bautismo cuando la persona es consciente de ello.

Sin reality show que ver; sin tablets, sin deslizar a cada momento el dedo por ninguna pantalla táctil, la vida en Salamanca arranca cuando sale el sol: la vida es trabajar, estar con la familia, leer la Biblia, cantar himnos y viceversa.

Rodeados de verdes campos de milpas que resisten estoicas un asfixiante mediodía de agosto, Franz se anima de definir lo que significa una vida normal. Sintetiza: una mujer en la casa que ordeña una vaca para producir queso, que zurce la ropa de todos, que es cariñosa, cocina, lava; y un hombre que alimenta los animales, que tiene un empleo, que arma remolques, que es amoroso con su mujer y ambos cuidan de los hijos.

En Salamanca no hay policías: sólo las leyes religiosas marcan el deber ser para la vida cotidiana, como una manual de instrucciones. Ellos lo llaman El Libro Santo.

En el camino se encuentran una camioneta y una carreta. Franz Schmitt Redecop se saca el sombrero y deja ver los rasgos caucásicos: aunque nazcan en cualquier parte del mundo, la comunidad menonita no mezcla su sangre con la de otros pueblos.

Enseñanza para la vida práctica

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Merodea un niño descalzo que no se inmuta por el suelo calcinante. ¿Dónde van a la escuela?, es la pregunta que se impone. Y responden que a los seis años comienzan a ir a la escuela. Desde pequeños se preparan para la vida práctica: medidas de terrenos, resistencia de metales, peso de cosechas y todo lo que sea distancias. Y son los mismos pobladores los que se dedican a la enseñanza en las escuelas para 600 hogares.

Cómo es un día menonita

Lejos de la vorágine citadina, un día para Franz (padre de dos hijos mexicanos) arranca a las cinco de la mañana. Lo primero que hace es darle de comer a los caballos. “Para que salgan desayunados y aguanten la fuerza para llevarme dondequiera”, argumenta. Su esposa lo lleva en la carreta después del desayuno, como si dejara a su esposo en una oficina. Franz podrá mirar el reloj, pero no podrá usarlo. Entra puntual: a las 7.30, pero antes habrá entregado la leche a su padre que vende quesos en Playa del Carmen, Cancún y Cozumel y Tulum. Como el cuento magistral de Juan Rulfo: “Es que Somos Muy Pobres”, en el que la economía familiar, acaso el destino de todos,  depende de una vaca. La “Negra” Holstein de los Redecop hace posible con su leche que todos los otros animales tengan forraje: dos caballos y un becerro.

“Si todo es tan práctico, nada es tan bueno”

Esta forma –o filosofía-  de vida menonita parte de la religión: está prohibida la tecnología. El muchacho tiene una opinión teologal sobre las máquinas del taller; y argumenta que son herramientas, que todo es “standart”. “No es lo mismo la tecnología que las facilidades”, aclara.  “Si todo es tan práctico, nada es tan bueno”, argumenta con 22 años. “Uno tiene que aprender a trabajar. El mundo despacio se va para arriba. Pero todo tiene que ir por escalones. No podemos correr todos. Nos tenemos que quedar un poco atrás”; afianza, porque confía que eso es lo que tienen que aprender los hijos.

Los menonitas de Salamanca no son del todo ortodoxos; han accedido, con muchas limitantes, a los beneficios que ofrece la tecnología. “Podemos usar un celular, pero si es de otro”, refiere el joven. “O si hace falta una refacción de un motor, podemos pedir prestado una computadora para saber dónde comprarlo”, explica. Para ellos, tener en casa la tecnología sería un caos. “Haría que estuviéramos todo el día en eso y no haríamos nada. Ya ves cómo es la televisión: cada hora pasa película, novela, y ya estás esperando la hora. Acá no sabemos a qué horas pasan películas ni novelas”, compara.

Con la mirada puesta en el maizal, Franz recuerda que vivió siete años en la ciudad, trabajando en Chetumal en una empresa cortadora. Fue entre los 13 y 19 años; pero regresó al campo. “Me gusta la libertad, que es estar en un lugar donde la naturaleza, la noche, el silencio, te hacen sentir bien. En la ciudad no escuchas más que carros”.

Para los menonitas existen tres festividades importantes: Navidad, Año Nuevo y tres días de bautismo; además de las bodas que se dan entre miembros de la comunidad: no se pueden casar los que no son hermanos de la religión. La edad mínima para contraer nupcias es 17 años, pero los varones mayormente lo hacen a los 19. Con muchas preguntas, inquieta saber cómo resuelven el mantenimiento de la carne, de los alimentos perecederos. “La carne la tengo viva en el patio”, dice con naturalidad Franz y con un toque de picardía. “Cuando queremos algo le damos ‘cuello’ a lo que queremos: una gallina, un becerro. Si nos sobra lo embotellamos con sal con una olla a presión”, detalla y agrega que en este envase puede durar hasta dos años.

La Biblia mantiene el orden de Salamanca, pero cuando se salen las cosas de control, es el gobernador el que puede solicitar la ayuda del Ministerio Público. Cada gobernador es electo por votación y es generalizado que casi nadie quiere serlo. Pero si les toca, ni modo, a gobernar por dos años. Un mundo diferente en el que los políticos no existen, donde las campañas no dejan millones de pesos tirados en la basura. Un mundo de otro tiempo.

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“Todo tiene que ir por escalones. No podemos correr todos. Nos tenemos que quedar un poco atrás”, Franz Schmitt Redecop.

Hace once años llegaron los menonitas de la comunidad de Salamanca. Son originarios, en un 70 por ciento de Belice, y el resto de Campeche, Chihuahua y algunos pocos de Holanda.

¿Quiénes son los menonitas?

Los menonitas son un grupo religioso y étnico que tuvo su origen en 1525 en Zúrich (Suiza), cuya doctrina se basa en la Biblia como palabra de Dios. Son seguidores de las creencias de Menno Simons (1496-1561) un líder del ala pacifista del movimiento anabaptista durante la Reforma Protestante.

Menonitas en México

En 1922 se inició la inmigración menonita con la llegada de 3.000 personas (que se establecieron en su totalidad en Chihuahua), luego de ser invitados por el gobierno de Álvaro Obregón que cubrió los gastos de traslado. Para 1927 ya se habían establecido 10.000 menonitas en México, repartidos entre los estados de Chihuahua, Durango y Guanajuato. Hoy en día, hay menonitas en casi todos los estados mexicanos. Se estiman unos 100.000 menonitas en todo el territorio nacional; más de 90.000 están establecidos en Chihuahua y unos 6.500 en Durango.

Sureste

Los menonitas del sureste de México provenían del norte del país, otros cruzaron la frontera de Belice hacia México en 1932 y decidieron establecerse en los estados de Campeche y Quintana Roo, también en menor concentración en el sur de Yucatán que suman unos 20.000 en la Península de Yucatán.

Desplazados

Debido a la inseguridad que existe en los estados del norte por el crimen organizado, así como el racismo, los menonitas chihuahuenses, duranguenses y sonorenses han decidido emigrar a la Península de Yucatán por la tranquilidad y la abundancia de agua. Campeche es el estado que ha recibido el mayor número de menonitas mexicanos provenientes del norte.

Texto y fotos: Luciano Núñez