HOMBRE DEL PLANETA
por Fernando Castro Borge
También era invierno. Esa mañana mi mamá nos despertó y alistó para ir a la primaria. Era el viernes 26 de enero y en la familia estábamos contentos: mi hermanito cumplía 7 años. Ella se fue a trabajar y mi padre, como todas las mañanas, nos llevó a la escuela. Durante el camino nos prometió que pasaría por nosotros a la salida; nos llevaría a conocer alguien muy importante que venía de lejos.
A la salida del colegio mi padre ya nos esperaba. ¡Vamos, ya es hora! ¡Suban rápido!, nos apresuró. Al entrar al Rambler café nos dimos cuenta de que en la parte trasera estaba colocado el cuadro de San Juan Bosco, que adornaba el departamento donde vivíamos y que era regalo de mi abuelita paterna.
Nosotros vivíamos en la calle que colindaba con la barda del aeropuerto, muy cerca del hangar presidencial, ahí llegaría a las 12:54 el avión que traía al huésped polaco.
Mientras que nos acercábamos a nuestro destino, vimos que la gente se iba adueñando de las calles. El ambiente era de fiesta. Mi padre durante el trayecto nos dijo que veríamos a un hombre bueno, era un pastor que nunca había venido a México y que traería un obsequio que se llamaba fe. Mientras lo atesoremos, nos decía, nada iba a faltar, que podríamos enfrentar al mundo de forma digna. ¿Cómo es la fe?, pregunté inocente. Lo sabrán en cuanto lo vean, contestó.
Nos estacionamos dos calles antes de la zona de los hangares; mi padre cargó el pesado cuadro por debajo del brazo y tomó la mano de mi hermano y yo me aferré a la del cumpleañero. Hábilmente nos fuimos colando entre la gente; no fue fácil, pero pudimos llegar hasta adelante. La espera fue breve, pasaron policías en motocicletas, señal de que se acercaba una camioneta destapada con una bandera blanca y amarilla que cubría el frente. Mi padre gritó: “Ahí viene el Papa” alzando la pintura del santo, mientras que nosotros estirábamos el cuello para alcanzar a verlo. De pronto frena el vehículo frente a nosotros y un señor hermoso, lleno de luz, vestido de blanco, con una sonrisa que da paz que emocionó hasta el llanto, hizo la señal de la cruz hacia donde nosotros estábamos. Nos bendijo Juan Pablo II. La camioneta arrancó y continuó su camino hasta que desapareció de nuestras miradas.
De regreso mi papá repetía: ¡Tenía la fe de que lo veríamos! Inolvidable momento. Ahí supe que si alguien sonríe dándonos paz, es el mejor de los regalos y perpetuará en nuestros corazones.
Es lo que en esta visita del Papa Francisco nos obsequia; bellos momentos en donde la gente cree en su mensaje de esperanza para un mundo mejor, nos vuelven a regalar la fe.